Toda su vida vivió bajo los mandatos de una religión que no la representa, a sus dieciocho años comenzó a escribir su verdadera historia. Hoy es estudiante avanzada de Trabajo Social, lleva el feminismo como bandera y sueña con desmantelar la organización que le arrebató su infancia.
Existen puntos de quiebre en la vida de las personas que cambian su percepción para siempre, momentos de impacto o pequeños actos que avisan que el mundo tal como se lo conoce puede cambiar.
Hace un tiempo, el destino y su carrera universitaria llevaron a Ornella a encontrarse con el psicodrama, una forma de hacer terapia a partir de representaciones teatrales. Comenzó a estudiar la técnica y con el transcurso de las clases descubrió algo que quizás, con el correr de los años, había quedado tapado por el polvo. Le pidieron que relate una escena de su infancia donde estuviera jugando y a pesar de los reiterados intentos por imaginar momentos, ninguna imagen clara se le vino a la mente.
Ornella encontró su punto de quiebre ese día, en una simple consigna. «Me di cuenta que nunca había jugado cuando era niña».«Nací con una biblia en la mano». Ornella parece escupir las palabras que elige para hablar de sus sentimientos, como si ellas fuesen independientes de su boca.
Creció en una familia testigo de Jehová, su madre formó parte de la religión desde que nació, su padre en cambio, se unió a los 22 años. Se casaron y tuvieron dos hijas, Ornella y Fiorella.
Los primeros años de su vida vivió en Buenos Aires, y sus calles parecen haber quedado marcadas en su corazón para siempre. Cuando habla de su ciudad se le inundan los ojos como si al cerrarlos pudiera ver la Avenida de Mayo repleta. Actualmente vive en Río Cuarto, en un rincón iluminado de la ciudad, iluminado porque su departamento está lleno de luces y porque admite que la oscuridad le da un poco de miedo.
En una de sus paredes hay un cuadro que dice “Atención, despierte, usted es parte de la realidad”, Ornella sonríe y exclama «Es mi favorito». Su hogar está repleto de colores, predominan el verde, el turquesa y el violeta. Entrar por la puerta de su departamento es similar a escaparse del mundo por un rato y encontrar arte sin importar para que lado gires la cabeza.
Sus cosas minuciosamente acomodadas en cada rincón, el olor a sahumerio, las velas encendidas, sus libros y fotos, van en sintonía con lo que Ornella intenta contar de sí misma e incluso la describen mucho más que sus palabras.
Ciervo casi perfecto
Los Testigos de Jehová suelen ser una religión conocida dentro de nuestro país, son fácilmente identificados por recorrer las calles y golpear puertas para predicar sus creencias, pero detrás de ello hay ciertas prácticas y mandatos que no todo el mundo conoce.
«Hasta mis doce años mi vida fue siempre lo mismo», afirma Ornella. Dentro de la religión hay muchas reglas y pocos juegos. Las celebraciones de todo tipo están prohibidas y todo lo que no implique “amar a Jehová” no se puede hacer. Desde algo tan simple como festejar un cumpleaños hasta cuestiones que ponen en riesgo la salud e integridad de las personas, como la donación de órganos.
“Mi mamá hablaba con las señoritas del jardín para que si había un cumpleaños le avisen y me hacían faltar. Un día fui al jardín y no sabía que un compañerito iba a llevar la torta. No tenía noción de que estaba bien o mal. Comí torta y festejé. La tarde siguiente mi mama me encontró jugando con las muñecas y cantando el feliz cumpleaños, estuve una semana en penitencia. Tenía 4 años”, recuerda Ornella.
Su infancia fue rutinaria y programada, dos veces por semana iban al Salón del Reino, el “templo” de los Testigos de Jehová, y al menos una vez se reunían en la casa de algún “hermano” a leer la biblia. Sin importar si afuera hacía calor, frio, lloviera o nevara, Ornella y su familia salían a predicar casa por casa.
Por las noches, debía estudiar la biblia, leer los artículos y aprenderlos para poder comentarlos durante las reuniones. «Con cinco años sabía cómo era sacar las ideas principales de un texto», cuenta Ornella y sonríe, intentando encontrar algo positivo de esa etapa de su vida.
El miedo al NO
En un mundo donde a los cinco años te prohíben la creatividad, el miedo termina siendo la única opción. Ornella no sabía muy bien por qué no podía juntarse con sus compañeros de colegio, ni ver las películas de Disney de las que todo el mundo hablaba, ni dejar volar la imaginación y crear historias. No sabía por qué algo tan simple como jugar podía ir en contra de su Dios. Ante la duda la respuesta siempre fue: porque Jehová lo dice.
«Me sembraron miedo, todo estaba mal. Cualquier juego que yo quisiera proponer tenía algún contenido inapropiado. Me recuerdo mirando de reojo, siempre mirando de reojo a mis papás porque sabía que por algo me iban a retar», relata Ornella.
Entre tantas cosas prohibidas, se esconde la violencia simbólica, lo impuesto dogmáticamente, la censura. El aislamiento para esconder otras formas de habitar el mundo. El control a través de la culpa. A Ornella le prohibieron su niñez, la magia y la diversión. Los libros y el arte.
«Leer nos hace pensar y pensar nos hace libres. Por eso amo tanto leer, porque de chica se me prohibió», expresa feliz cuasi fuese un niño que recibe un juguete nuevo. Sonríe ahora como cada vez que leyó uno de los tantos libros que tiene en la biblioteca que está a su derecha.
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Volver a nacer
Su adolescencia fue distinta, al entrar en contacto con otras realidades comenzaron a aparecer preguntas, que ya no se respondían con un simple “porque sí”.
Como muchas otras cosas, las relaciones afectivas y la sexualidad también estaban reglamentadas.
A la edad que la congregación comienza a buscarte un pretendiente dentro de la religión para que se unan en matrimonio, Ornella ya sabía que no quería seguir formando parte de la organización que le arrebataba sus sueños. Sin embargo, debía seguir participando de todas y cada una de las actividades.
«Me sacaban a predicar de los pelos con los ojos llenos de lágrimas y cuando tenía que arrimarme a tocar una puerta la tocaba bajito, pidiendo que por favor no salga nadie. No quería predicar algo que ni yo creía. La gente salía y yo tenía que predicarle cuando tenía ganas de gritarle a esa persona ¿Me puedo quedar en tu casa? Necesito un abrazo», recuerda.
Un día Ornella volvió a nacer, no recuerda muy bien cuando fue, se encontró de repente viviendo la vida que quería vivir. Salió al mundo, sin saber qué le gustaba, qué quería, sin reconocer sus oportunidades y se encontró.
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Encontró su identidad, encontró sus deseos, aprendió del amor, de los vínculos, del sexo. Conoció la libertad de expresión y el arte. Festejó su cumpleaños, comenzó a bailar, comenzó a cantar, incluso comenzó hacer esas cosas que no sabía que quería hacer hasta que supo que podía hacerlas. Se fue a vivir sola. Tiñó su cabello de color rubio y nunca más volvió al morocho. Sumó sus años y comenzó de nuevo. Empezó la universidad, sin la compañía de su familia, pero la transita todos los días, sabiendo que quizás nunca hubiese llegado hasta ahí. Camina los barrios, grita en las calles, lleva Latinoamérica tatuada en la piel y la lucha entera del pueblo en el hombro. Conoció la magia, se le nota en sus ojos.
Sueña con escribir libros y contarle al mundo los secretos de la religión en la que creció, porque, insiste, lo único más grande que el amor a la libertad es el odio a quien te la quita.
[share_quote quote=”Lo único más grande que el amor a la libertad es el odio a quien te la quita.”]
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Cuento de la infancia
La creencia más fuerte de los testigos de Jehová es la llegada del “Armagedón”. Ellos creen que en algún momento de la historia se va a simular cierta paz en la tierra, no van existir las guerras y las personas van a vivir en armonía, hasta que llegue el Armagedón.
Para ese entonces, van a escasear los alimentos y el agua, y todas las religiones se van a unir en contra de los testigos de Jehová.
Cuando llegue ese momento, según su creencia, Dios va a terminar con el mundo tal y como lo conocemos y va a destruir a todos los que no sean testigos de Jehová. Quienes hayan formado parte de la religión van a vivir para siempre en el paraíso, con todos sus seres queridos incluyendo los que habían fallecido hasta ese momento.
«Me decían que yo iba a poder ver a mi abuelo que falleció, si no era testigo iba a perder la oportunidad de ver a mi abuelo una vez más.»
Ornella conoce la historia del Armagedón detalladamente, la cuenta de memoria y a medida que avanza en el relato se indigna cada vez más.
Tiene guardado entre sus pertenencias los libros que le hacían leer cuando era chica, las imágenes que ilustraban el paraíso, lleno de gente feliz abrazando animales y extensos campos de pasto verde. Cada vez que leía los libros le preguntaban cuál iba a ser el primer animal que iba a abrazar cuando llegué la predicción y vivan para siempre.
Levanta su cabeza, con los ojos brillosos y entre risas cuenta: «Yo iba a abrazar un león. Y no me voy a morir sin abrazar un león porque no les puedo permitir que jueguen así con mis sentimientos.»