Desde la Leo a Trula, el cuarteto se nos hizo carne. Facundo Sánchez pone en palabras el sentimiento cuartetero. Texto leído en nuestra primer jornada Cultural Así tocaba Leonor.
Si me preguntan por qué decidí escribirle a Leonor y al cuarteto, las respuestas pueden ser varias. En primer lugar, porque uno para escribir algo tiene que hacerlo sobre las cosas que sabe o que le gustan. Así los dedos se deslizan más rápido y las palabras caen, generalmente sobre los lugares exactos en los que tienen que caer. Por otro lado, escribo sobre el cuarteto porque de todas las cosas sobre las que uno puede escribir es, creo, la que menos tristeza me causa. Me puede generar si, alguna nostalgia por los temas que no vuelven o alguna congoja por una canción dedicada que terminó en la basura, pero generalmente el vínculo principal del cuarteto es con la alegría y con todos esos momentos en los que fuimos felices o que, al menos tuvimos esa sensación, que debe ser más o menos lo mismo.
Escribo sobre el cuarteto porque no me cuesta. Porque mis dedos parecen vomitar con mayor facilidad la palabra trulala que la palabra crisis. O Tunga tunga se escribe más rápido que amor. Escribo sobre el cuarteto porque es otra forma de escribir sobre uno mismo y sobre las historias que nos hacen. Porque es lo primero que escuchamos y lo primero que aprendimos a bailar.
Escribo sobre el cuarteto porque es quizá la forma más terminada para agregarle al mundo cosas que todavía no escuchó. Porque el Dani Guardia, la Pepa, Ravassollo y la mismísima Mona Jiménez, se lo merecen.

Pero para escribir sobre el cuarteto no sólo hay que tomar la tarea de dejar de bailar y sentarse a escribir. Para escribir sobre el cuarteto algo en la piel nos tiene que picar cuando nos dicen que esa música es de negros o que escuchan solamente cuarteto para bailar, pero para escucharlo todos los días no da. Y en ese momento, a quienes nos vamos a bañar por la mañana temprano de un lunes mientras escuchamos Ulises Bueno, nos duele algo.
Porque si algo tenemos también todos aquellos que preferimos al cuarteto sobre todas las otras formas de sonidos que sobrevuelan por el mundo, es que somos dogmáticos. Fundamentalistas. El cuarteto es uno y basta. El cuarteto es la mejor música para bailar en una fiesta o para ahogar alguna pena después de que se fue para siempre y se perdía entre la gente. Somos así. No preferimos los covers antes que las letras propias, pero las cantamos igual y las defendemos ante los dogmáticos de las canciones latinas melódicas que van caminando por la calle desparramando azúcar.
Entonces para escribir del cuarteto hay que escuchar cuarteto, vivirlo y, por último y principalmente escribirlo. Al cuarteto hay que predicarlo ante aquellos que no lo entienden o que no les gusta. O al menos dicen que no les gusta. No quiero ser un porfiado nuevamente, pero todos tienen un tema que han bailado más que otros o que recuerdan de las fiestas de 15.
Para escribir sobre el cuarteto hay que tomar a Salzano, leer a Tejerina, mear en la tapia del club mientras nuestros amigos hacen la fila y hacerle un chiste al policía que hace la requisa mientras nos toca completos buscando un encendedor que no van a encontrar.

Para escribir sobre el cuarteto hay que pelear con los agnósticos. Aquellos que dicen que La Mona Jiménez es un asco y que canta mal. Hay que discutirle a muerte. Hay que llevarlos al rincón más desfavorable para ellos y cuando te salgan a correr con cualquier otro artista preguntarles cuántos discos tiene grabados y cuántas veces por fin de semana toca. Si la respuesta es menos de 85 y una vez por mes, la discusión está terminada. Datos. No opinión.
Para escribir sobre el cuarteto hay que escribir sobre el cuarteto. Hay que sentarse a pensar en las canciones que nos hicieron esto que somos y que bailamos tanto hasta cansarnos. Hay que pensar en la más linda de toda la fiesta revoleando la cabeza al grito de
“SALVAJEEEEE”. Hay que disfrazarse de vino en caja, de zapato lustrado, de camisa apretada, de pelo lleno de gel.
Para hablar sobre el cuarteto primero hay que entenderlo en todos sus matices. Saber que no es todo lo mismo y que al igual que la historia, también cambia todo el tiempo. Hay cuartetos para bailarlos apretado pegando los cuerpos susurrando la letra al oído, mientras movemos lentamente la cintura y hay otros que son para bailarlo bien rápido estirando los brazos con el peligro de salir disparado hacia la punta del salón si te soltás de la mano.
Para escribir sobre el cuarteto nos tienen que haber dejado cuando estábamos enfermos y la piba a la que amábamos cuando éramos chicos se tiene que haber chapado con algún amigo nuestro frente a nuestros ojos. Para escribir sobre el cuarteto tenemos que haber dedicado mil canciones tristes y quedarnos pelando el olvido en el banco de la plaza sin ninguna noticia buena para contar.

Hay cuartetos para agitar la fiesta y decir que tenés calor, o que tenés sed, o que pinta armar un trencito y hay otro que nos cuentan con el alma desgarrada que ella mintió y que se bailan cantando la letra a los gritos mirando para arriba y cerrando los ojos.
Hay cuartetos comerciales que todo el mundo alguna vez escuchó y hay otros que se esconden en viejos cajones y que sólo tienen el privilegio de conocer aquellos que se animan a desandar ese mundo. Hay cuartetos que nacen del propio ritmo con el “tunga-tunga” enquistado en sus letras y hay otros que acomodan alguna letra gomosa de un autor centro americano al mismo ritmo y que, mal que nos pese muchas veces, las bailamos igual.
Hay cuartetos más capitalinos, que siguen el ritmo del viejo bandoneón y una estructura un poco más tradicional y hay otros, hijos de Chébere, que le meten trompetas y un poco más de ruido a lata para contar alguna historia de amor que anda suelta por ahí.
Hay cuartetos característicos y de los otros. Hay cuartetos más cercanos al merengue que no te dejan el cuerpo quieto un segundo y hay otros bastante más lentos que nos hacen abrazarnos hasta desear que la canción no termine nunca.
Hay cuartetos que nos gustan a todos y hay otros que ya nos cansaron y no queremos volver a escuchar. Hay cuartetos que merecen ser llamados así y hay otros que un poco nos pesan pero que los aceptamos igual.
El hecho de incorporar un tunga-tunga en una canción ya muestra predisposición de hacer bailar al pueblo. Como alguna vez hizo Leonor, pero quizá sin darse cuenta. Sin pensar que alguien, muchos años después en algún rincón de la provincia le dedicaría algunas canciones surgidas por el efecto fundante de sus dedos en el piano. Y eso de querer que el pueblo baile en un mundo que nos quiere cada vez más quietos, es un acto de rebeldía que nos hace muy felices. Y que acompañamos siempre.