Columna de opinión
Difícil es la tarea de enfrentarse a la hoja en blanco. De luchar contra el fantasma interno que susurra “Mirate un capítulo más, tenés tiempo”.
Cada vez que me siento a escribir tengo la costumbre de tener apoyado el dedo anular en el delete, por las dudas. Gesto de defensa ante el ataque intempestivo de la inseguridad. Acto reflejo que en este momento corre desesperadamente a la conciencia. Típico momento donde arrojamos toda la luz sobre el piloto automático. (Los eternos misterios del cerebro).
Lo mismo con la respiración hecha conciencia. Preciso instante en el que todas las atenciones desembocan solo en el hecho de inhalar profundamente y llenar los pulmones de oxígeno. A vos también te está pasando ahora ¿no, lector? es tan contagioso como ver uno de esos bostezos largos de mandíbulas bien estiradas. Te reís… mientras pensas en la satisfacción que se siente cuando el aire entra por tu nariz (inchequeable, pero decido creer). Bueno, ya me fui bastante.
Una nota de opinión, ¿Cómo se hace una nota de opinión? Primero tiene que existir lo esencial: Una opinión, pero ¿Cuál? ¿Tendrá algo que ver con las 190 palabras que acabo de escribir? Puede ser. Encima en primera persona. Dedo anular en el delete, otra vez. (El tiempo muere a merced de la contemplación. Una suerte de epifanía reveladora). ¿Y? ¿Cuál hay? ¿Qué tanta fobia a la primera persona en el periodismo? Al final, creo que este embrionario ejercicio introductorio va a servir de algo.
Notas como esta sólo son posibles con el apoyo a la comunicación y la militancia feminista. ¿Te gustó este trabajo? ¡Entrá al baile! Sé parte de nuestra comunidad de picaritxs colaboradores o aportá por única vez.
El old school del periodismo se embriagó de una cultura extensionista castradora. Una matriz hija del positivismo: cuadrada, con pocos márgenes y vías de escape. Donde el periodista se despersonaliza de su obra, se abstrae de ella para mostrar la realidad tal cual es. Sin filtros ni sesgos. Pura y cruda. O al menos esto se cree desde lo teórico.
Las experiencias personales, el Yo, el sentimentalismo invertido en la escritura se suprime, poniendo a la objetividad como el horizonte común. Como el Dios intocable. inalterable materia divina. Por suerte hay excepciones (cada vez con más juego en el ejercicio), si no… ¿De qué valdría escribir esto?
A todo lo establecido como norma, en algún momento de su existencia, le empiezan a caer dudas. Vientos insistentes. Erosionadores de piedra vieja que se pulveriza un poco más con cada soplido. Es la new wave del periodismo la que viene a hacer un poco de turbulencia a las reglas conocidas. Venimos a explicar la realidad más real acercándonos a ella, viviendola y sufriendola, como todxs. No me separo de ese mundo que me dió los materiales con los que ahora soy esta persona. El alquimista de mi existencia. Por eso la abstracción es forzada, un simulacro de exilio. Construido culturalmente por vicios cientificistas añejos. Una simple fachada.
La subjetividad, pese a quien le pese, está presente en cada decisión que tomamos como seres políticos que somos. No me voy a separar de mis convicciones, porque ellas siempre vienen conmigo y esta condición inevitable se reprime entre los fieles a la objetividad. ¿Por qué pretender la no existencia de un Yo detrás del texto? Agotamos esfuerzos en opacar el espíritu singularizado, cuando podríamos usar esa energía en potenciar el periodismo desde otras prácticas. Para nutrir el campo. Prácticas alternativas y emergentes que generen un genuino vínculo entre autor y lector. Que no son más que personas, con sus mambos y secretos; con sus claroscuros. Nos olvidamos de nuestra sensibilidad humana como el puente que teje la conexión con lo otro que me rodea y me alimenta. Y viceversa.
[share_quote quote=”Mi militancia pasa por reivindicar como valor periodístico a mi subjetividad (y la de todxs)”]
Por eso es que mi militancia pasa por reivindicar como valor periodístico a mi subjetividad (y la de todxs). Anteriormente operadora desde las sombras. Ahora en el frente de batalla, en primera persona y alzando sus propias banderas flameantes al viento. Porque, como diría la aplanadora del Rock n Roll, “No es reedición, es redención”.