Fotito en el espejo en ropa interior, mordiendo los labios y con luz tenue. Lluvia de corazones y fueguitos por md, ¿ya lo probaste? Si la respuesta es no, pensemos juntxs al beboteo como proceso de liberación y creatividad.
Lxs millennials y centennials viralizamos un nuevo concepto en redes sociales: “bebotear”. Un verbo que define la acción de subir fotos o videos con intenciones libidinosas. Y si. Porque somos las generaciones que agarramos el deseo que nos mandaron a reprimir y lo hicimos carne y militancia.
–¿Otra vez beboteando?
Preguntan les amigues cuando nos ven posando al celu con nuestra mejor cara de gatxs y con todo el armamento de empoderamiento que sacamos para cada selfie: Ojos achinados, piquito como tirando un beso a la gilada y toda la performance de auto apreciación que te imagines.
–Sip, otra vez beboteando. Contestamos nosotres con mucho orgullo.
Porque el beboteo (o la selfie) es la aceptación en tiempo real de nuestros cuerpos. Mercé Galán Huertas en El posicionamiento subjetivo del selfie dice que la autofoto es un acto personal muy arraigado en la política radical de aprender a habitar nuestros cuerpos. Es decirle al mundo “todo esto soy y no es pecado”.
Posamos al celu por un motivo muy claro: Gritar que nuestros cuerpos existen y resisten en un sistema que nos bombardea con representaciones de cuerpos que responden al modelo único de belleza impuesto por el mercado y el patriarcado.
Luciana Peker en Putita golosa dice: “El disciplinamiento del cuerpo único no es inocente, casual, despolitizado. (…) Es una forma de decirnos que no encajamos. Y que, por lo tanto, estamos excluidas del paraíso del deseo”. y nosotrxs no queremos quedarnos afuera de la fiesta y la diversión del goce.
Entonces, podemos pensar en bebotear como un acto comunicativo emancipatorio en sí mismo. No es una simple representación referencial: la cámara se convierte en una especie de “ojo” que nos permite entrar y salir de un discurso/mensaje con todo nuestros gestos en plena manifestación de sensaciones y sentires.
A través de la producción de la foto estamos diciendo algo sobre cómo queremos vernos y ser vistos, estamos produciendo una autodefinición visual. Y eso tiene una enorme potencialidad en la producción de acciones colectivas para la transformación social.
Antes, cuando el celu no tenía estas cámaras que enfocan hasta el poro más chiquito de la piel, tener una foto propia implicaba posar a un otrx, que tenía el total control de la representación de nuestros cuerpos. “Los medios para retratar y registrar personas a través de imágenes fotográficas siempre estuvieron en manos de las clases altas y los varones. La idea de que para existir un retrato estaba mediado por otra persona hacía que el ejercicio de la imagen propia tuviera como condición necesaria la curaduría de un ojo ajeno” explica Maria del Mar Ramon en su libro Comer y cojer sin culpa.
Con la democratización del autorretrato las cosas cambian. Tenemos la capacidad de descubrirnos y sexualizar nuestros cuerpos según nuestros propios criterios: “que esa imagen sea tomada bajo los términos autónomos y libres de quien la saca también contribuye una idea de erotismo sobre el cuerpo propio” agrega Ramon. Las selfies, beboteos o nudes son un acto emancipatorio, placentero y ponen en jaque al patriarcado que quiere decirnos cuáles cuerpos sí y cuáles no merecen ser mostrados.

Así, las fotos pueden ser entendidas como un “artefacto” de producción de sentido de construcción y re-configuración de memorias. En otras palabras, tenemos en nuestros celulares un arma letal: La oportunidad de despatriarcalizar la mirada. Porque es una negociación constante entre tecnología, patriarcado y capitalismo.
¿El cuento del amor propio? No, salgamos de esa narrativa que nos hace responsables de nuestros dolores. La construcción del autoestima no es suficiente para paliar décadas de maltrato y discriminación a las corporalidades que se salen de la norma.
El neoliberalismo, como sistema creador de subjetividades individualizadas, busca hacernos creer que aceptándonos dejaríamos de sufrir, que en el consumo y el amor propio vamos a encontrar la solución a las opresiones. Pero hay toda una historia sistemática de discriminación que nos invita a odiarnos. El beboteo, tal vez, pueda ser el inicio de un proceso para encontrarnos y habitarnos más amorosamente.
Dicho esto, la curaduría propia sobre la autofoto no significa que estemos desprovistxs de un ideal de belleza impuesto, pero sí abre paso a una reinterpretación del mismo. La práctica de la autofoto supone descubrir nuestros cuerpos, reconocerlos y crear imágenes reales de personas reales.

Permiso para bebotear
“La idea de que las selfies no tienen valor fotográfico o artístico, que es un dispositivo egocéntrico y que la facilidad las hace ordinarias, desconoce que el valor artístico de una imagen no es solo el medio con el que se realiza. Pensar eso nos devuelve a la noción de que las únicas miradas que valen la pena de nosotras mismas son a través de los ojos de alguien más. No olvidemos que con la crítica a la selfie siempre hay un sesgo de género y también uno de clase” explica Maria del Mar Ramón.
Lo fabuloso de las nuevas tecnologías (algo bueno tienen que tener) es que ya no necesitamos pagar millones por unas fotos o esperar que algún varón bohemio quiera retratarnos. Podemos bebotear con un iphone o con un samsung de 5 megapíxeles, el fondo sin revocar y aún así salir perrasxs igual.
Pensemos que históricamente construimos la estética como una jerarquía que dividió lo feo, lo bajo, de lo lindo, lo que “tiene clase”. Para que todes tengamos el derecho legítimo de bebotear hay que romper la dicotomía de lo puro y lo impuro, lo sobrio y lo cachivachero, la civilización de la barbarie, los museos del carnaval. La próxima vez que juzgues un beboteo pensá a qué artista clásico te comiste para definir lo que es bello y lo que no merece fotografiarse.

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Beboteras y ¿beboteros?
¿Los varones bebotean? Claro reyes. La liberación es para todes.
La selfie bebotera les permite a los varones entrar al juego de la seducción donde las presiones sociales para ser “maestros conquistadores de mujeres” se desdibujan. Les permite correrse del lugar de sujetos de deseo para permitirse ser objetos de deseo de otrxs.
¿Un gol al patriarcado? claro que no. Pero al menos nos da la chance de repensar los vínculos sexoafectivos. La posición inamovible de los varones como sujetos deseantes, implica que, para las mujeres solo se reserve el lugar de objeto: nuestra capacidad de desear queda vedada. Pensar en vínculos más sanos, es pensar en un deseo que circula, cambia, se divierte y no queda monopolizado en una persona.
¿Ya probaste bebotear? Bebotea para vos, para un otrx que se calienta con tu foto o simplemente bebotea para molestar a los moralistas del “buen gusto”. Bebotea porque en este mundo que nos educó para odiarnos, nuestra revolución es amarnos.