Entrevista
Pasaron 46 años hasta que Estela Pereyra recordó que presenció confesiones de asesinatos militares en la Universidad de Río Cuarto.
Estela Pereyra asistía siempre a las marchas por el Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia. Su esposo, Carlos Ponce de León, militaba en el Ejército Revolucionario del Pueblo y fue preso político durante 11 años. Es la memoria viva de las atrocidades de la dictadura cívico-militar y eclesiástica de 1976.
El 24 de marzo de este año, los dos tuvieron que quedarse en casa por problemas de salud. “Estelita”, como le suele decir su círculo íntimo, comenzó a repasar su inicio de Facebook. Cuando vino a su mente, quizás por la fecha tan movilizadora, el nombre de una mujer que hace años la había conmovido. Tipeó en el buscador y se encontró con el desconsuelo de que ella había sido una de las tantas víctimas que el Covid-19 se había llevado.
Conmocionada por la noticia, se acomodó en la silla y comenzó a escribir en su muro una catarsis de recuerdos que llegaría a la Justicia…
Cazasubversivos
Cuando Estela Pereyra comenzó a trabajar como administrativa en el despacho del rectorado de la Universidad Nacional de Río Cuarto en 1975, había muchos matrimonios que se radicaban en la ciudad provenientes de Córdoba o Buenos Aires. Las parejas llegaban para enseñar en la universidad de la ciudad.
Estela trabajaba en el despacho del rector con Susana (de quien no logra recordar su apellido), secretaria, y Raúl Antonio Ponce, el jefe de las dos. “Era un tipo medio pelirrojo, que se pasaba una mecha de acá para allá para tapar la pelada”, describe.
Ponce estaba desde la democracia, pero cuando se produce el Golpe de Estado de marzo de 1976 y comienza la dictadura cívico-militar fue ascendido bajo el decoroso título de “Mayor”. “Era un ‘cazasubversivos’ ”, opina Pereyra.
Un día el Mayor Ponce se acerca a ellas y les dice palabras que cuatro décadas después pudo desenmarañar de sus recuerdos: “Nos cuenta que se le fue la mano a la policía con el ‘submarino seco’ y que se habían equivocado de matrimonio. O sea que se habían llevado preso a Silber y que había muerto en la tortura”.
[share_quote quote=”“Nos cuenta que se le fue la mano a la policía con el ‘submarino seco’ y que se habían equivocado de matrimonio. O sea que se habían llevado preso a Silber y que había muerto en la tortura”.”]
Según la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Río Cuarto, Ernesto Silber fue profesor de química de la UNRC y uno de los impulsores de la fundación de la Asociación Gremial Docente. Fue secuestrado el 9 de agosto de 1976 en la universidad. Apareció ahorcado en una celda de la actual Unidad Departamental N°9 de la Policía Provincial tres días después.
Se lo llevaron junto a su esposa, la Doctora Juana Chessa de Silber, también profesora, quien sobrevivió a la retención ilegal y siguió trabajando en la institución educativa hasta su jubilación.
¿Cómo ocurrían las desapariciones en la UNRC?
“En su despacho, con Ponce se reunían, a puerta cerrada, el Jefe de la Policía de la Provincia, el Jefe de la Seccional de Río Cuarto de la Policía Federal y el Jefe del Área material de Río Cuarto de la Fuerza Aérea. Estos encuentros sucedían casi todas las semanas.
Cuando eso pasaba, rato después de la reunión secreta, Ponce se asomaba y llamaba a alguna de nosotras diciendo: “Susana, traiga el legajo de Fulano”. Susana se lo entregaba. Al rato, en fila india, se retiraban todos los jefes y al día siguiente salía en el diario que Fulano era un extremista.
Cuando se llevaban a profesores de la universidad se hacía inmediatamente una resolución dándolos de baja por “subversivos”. Estas resoluciones no iban directamente al bibliorato del despacho sino que alguien ponía a mano ‘resolución reservada’. Se lo hacían firmar al rector y lo guardaban en su despacho bajo llave.
Pero en este caso la policía se había confundido de matrimonio y no podían hacerlos pasar por “subversivos”. A la muerte del profesor la tergiversaron en un suicidio y le permitieron a su esposa volver a trabajar. “El día que descubren que se equivocaron, Ponce llama a Susana y le dice que hay que hacer una nueva resolución para reemplazar la reservada. Hicieron un documento de una tontería como la ‘compra de artículos de librería’. Todo eso lo vi”, sostiene.
Indignada, Estela relata: “Pasaron unos días y la doctora Silber se reincorporó a trabajar, Susana indignada me contó: ‘Este hijo de puta me hizo comprar flores para ir a recibir a la Doctora a la puerta”’.
Redes Sociales de Memoria
Estelita no sabía que sus vivencias reprimidas la volverían una de las pocas testigos de crímenes tan atroces como los que organizó el Mayor Raúl Antonio Ponce. “El 24 de marzo de este año me acordé de Susú Abella. No sé por qué, quizás porque ella se salvó y yo tuve que ver con esa historia. Buscando en Facebook descubrí que había muerto. Fue un gran cimbronazo” contó Pereyra.
El crimen de Silber no fue el único momento violento que le tocó vivir en la dictadura cívico-militar. El Día de la Memoria, cuando se sentó a escribir sobre sus recuerdos, comentó sobre por qué Susú, la famosa actriz y directora de teatro de Río Cuarto y su esposo Amadeo Fiori, reconocido periodista del ya extinto diario “La Calle” y su profesor en Ciencias de la Información en 1976, se habían salvado de la misma suerte que Ernesto Silber.
“(…) Un día, para mi espanto, me llamó (Ponce) para pedirme que fuera a buscar el legajo de Amadeo Fiori (…). Al entregar la carpeta pedí permiso para retirarme porque me sentía descompuesta. El tipo me firmó el permiso y salí de la universidad a toda prisa. Llegué a mi casa y le conté al padre de mis hijos la situación. Le pedí que me acompañara a avisarle a Amadeo”, posteó en su perfil.
Nunca supo nada más de Amadeo después de informarlo de su próximo destino. Dejó la carrera en 1976 y se mudó a Buenos Aires para volcarse en un sinfín de trabajos precarizados intentando sobrevivir. Estar en Río Cuarto ya no era una opción cuando recibía noticias de amigos desaparecidos y su jefe le mandaba una persona a seguirla.
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Ya pasadas dos décadas de la caída de la dictadura, en un viaje hacia el Imperio para visitar a su madre se reunió con una amiga, Analía. Ella también había vivido las vicisitudes del encarcelamiento clandestino para luego volcarse al arte del teatro. Esa noche estrenaría una obra e invitó a Estela a asistir. Asombrada por el talento de su amiga, luego de la función la esperó para felicitarla. A lo que Analía la invitó a comer pizzas con el elenco.
“Transcurría la cena cuando mi amiga no tuvo mejor idea que presentarme a los gritos: ‘Amigos, ella es Estela Pereyra’. De repente, una mujer, sentada en la otra punta, se paró exclamando a viva voz. ‘¿Estela Pereyra? ¡A esa mujer le debo la vida!’ Quedé atónita. Ella se levantó inmediatamente con los brazos abiertos y me dio un abrazo apretado y emocionado mientras yo seguía sin entender nada. ‘¡Soy Susú Abella!’, me dijo (…) ‘Soy la mujer de Amadeo’. Entonces entendí. La abracé con fuerza. Casi dos décadas después supe que se escondieron en una casa en las sierras y que fundamentalmente estaban vivos… ¡Vivos!”, comentó en Facebook Estela.
Su posteo se hizo viral, cientos de personas compartieron el mensaje y respondieron la publicación compungidos, algunos conocidos de ella o su marido, otros que conocían a Amadeo.
En un comentario mencionaron al profesor Silber y días después, mientras descansaba, en sus largas mañanas de jubilada la llama el doctor Daniel Olartecoechea. Este abogado especializado en derechos humanos, atravesado también íntimamente por los secuestros dictatoriales, le pregunta si puede testificar en una causa judicial. “Fue una bomba, me trajo el descubrimiento de que era una testigo que podía servir para un juicio de lesa humanidad”, cuenta.
A sus 65 años y habiendo vivido ya 39 de democracia, Estela creía que esa etapa había quedado atrás y que su compañero era quien tenía más cosas por contar acerca de la época oscura del país. El recuerdo de un solo nombre, el de Susú, reabrieron el camino a la búsqueda de Memoria, Verdad y Justicia para las víctimas del 70´.
Testigo politizada
Estela se convirtió en testigo de la “Causa Gutiérrez” al presenciar las confesiones de Raúl Antonio Ponce. Esta causa investiga todos los delitos de lesa humanidad de Río Cuarto y zona de influencia. Está en proceso de instrucción y aproximadamente hay 100 imputados (de los cuales 50 han fallecido) que serán juzgados.
Pereyra mantenía cierta idiosincrasia que le permitía leer lo que había presenciado. Para ella, los términos ´peronismó y ´revolución socialista´ no sólo que no le eran ajenos, sino que iban de la mano.
‘Estelita Pe’ como dicta su muro de Facebook nació en Ciudad Evita, Buenos Aires en 1957. Este ejido urbano visto desde arriba es la imagen de Eva Duarte de Perón saludando a los aviones que salen de Ezeiza. Procede de una familia fielmente peronista Estela siempre vivió “politizada”. “Mi padre era un extraño peronista que amaba a Rusia y la revolución bolchevique. Él lloró la muerte del Che Guevara y me llevó al velatorio de Alfredo Palacios en el Congreso”, recuerda.
Al terminar la secundaria se mudó con toda su familia a Río Cuarto para poder asistir al secundario. A los 13 años comenzó a militar en la Juventud Peronista “La tendencia”. Esta rama del JP era la más volcada a la izquierda, nucleada alrededor de organizaciones guerrilleras como Montoneros.
“Cuando Perón echó a los “montos” y les dijo imberbes, el primero de mayo del 74, me sentí muy traicionada y me fui. El general nos había hablado de la revolución socialista. Perón se jactaba de manejar la izquierda y la derecha. A la izquierda nos usó para crear las condiciones materiales de su regreso al país. Cuando la dictadura llegó yo estaba alejada del partido peronista”, expresa.
Estelita comenzó a trabajar en el 75´ en el rectorado de la joven Universidad Pública riocuartense. El entonces rector, Dr. Jorge Luis Maestre, era un férreo peronista y conocía a su padre por lo que le consiguió un puesto. A su vez, empezó la carrera de Ciencias de la Información, precursora de la actual Ciencias de la Comunicación.
Estela recuerda que antes del 24 de marzo de 1976 ya se hablaba en las calles de un inminente golpe de Estado a María Estela Martínez de Perón. “Había mucha convulsión social. Todos los grupos revolucionarios estaban clandestinizados, era bardo mucho bardo” expresa.
“El día que sucedió el golpe yo me había levantado muy temprano. Prendimos la radio con mi ex esposo y nos leían un comunicado que decía que a partir de ese día las fuerzas armadas habían tomado el gobierno. Yo en esa época tenía 19 años. No me acuerdo si fui o no a trabajar. Creo que se suspendió todo”.
Lo que sí recuerda Estela es que ese día llegó su padre a la casa que compartían con su ex esposo en Barrio Alberdi. “Don Pereyra” estaba preocupado por su hija porque sabía que compartían ideologías poco aceptadas por los dictadores. Toda la casa de Estela y su marido era peligrosa: había posters gigantes de Montoneros en la pared. Al llegar su padre, Estelita vio cómo arrancaba las gigantografías que rezaban “Patria o muerte” con grandes fusiles.
La siguiente víctima fue la biblioteca. “Mi papá empezó a sacar libros a manotazo limpio: ́ Esto es subversivo, eso es subversivo ́, decía. Luego, quemó todo”, comenta Pereyra iluminada aún por el recuerdo de la fogata intelectual en su patio.
Su pareja en ese entonces, logró rescatar algunas lecturas marxistas que apreciaba y las guardó envolviéndolas en plástico arriba de la chimenea. “Todavía deben estar en la casa esos libros escondidos”, cuenta.
“A la Universidad la tomó la Fuerza Aérea. Había soldados armados hasta los dientes en todas las puertas y oficinas. En la casilla de entrada nos revisaban. Además, sacaron a Maestre como rector y colocaron a un interventor militar. La universidad era un lugar más que sensible, la dictadura pensaba que era un nido de subversivos”.
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¿Alguna vez tuvo miedo de que se la llevaran?
EP: “Sí, durante un tiempo me siguió un tipo sin esconderse. Era un seguimiento burdo. Yo salía de la puerta de mi casa y lo tenía al frente en un árbol de la vereda, me perseguía cuando iba a la carnicería, a trabajar, iba a clases y estaba atrás. Supongo que el seguimiento me lo puso Ponce”.