En la actualidad, el adultocentrismo es materia de debate a nivel generalizado. Xadres, hijes y especialistas están preocupadxs por resignificar los roles en torno a la crianza.
Escribo desde el cálido manto que mamá arrancó de su propia piel. En un tiempo donde solo era una idea. Vaga, poco definida, descartable. De esas que parecen llegar para irse en el momento. Bueno… no fue así. Escribo desde el sesgo de sentirme afortunado en mi crianza. De ser planificado cuando todavía habitaba el mundo – de – los – aún – no – nacidos; y de lo extraño que se siente. Escribo desde los aprendizajes eternos: fruto de las libertades y los límites, de los abrazos y los retos, de las lágrimas de risas y las lágrimas de llantos… Escribo desde la consciencia del hijo protegido de las hostilidades del mundo. Desde la curiosidad potenciada y el resbaladizo miedo extranjero. Que penetra… por más barreras que se le ponga. Escribo desde la seguridad que me facilitaron mis viejos… Del plato de ravioles humeante en medio de un frío puntiagudo, de la sobremesa comprometida, de los cuentos narrados, de los desafíos cicatrizados por dosis fuertes de amor genuino. Desde acá escribo… desde mi realidad única y humilde. Tan única y humilde como la de todxs.
Adultocentrismo: ¿Qué pasa con lxs hijxs?
Desde la sociedades actuales se impone una estructura basada en estatus, roles y conductas. “Coherentes” entre sí y con una apariencia rígida, prescriben las formas “correctas” de comportarnos. Formas transformadas en ídolos esculpidos en mármol. Enaltecidos e intocables.
Los nuevos movimientos sociales buscan desmontar estos sentidos fermentados en la historia y encontrar nuevas formas de relacionarnos y entendernos. Como una constante cultural, el humano ha construido estos roles como una manera de anticipar sus propias acciones. Así es como se construyen una serie de expectativas de acuerdo a la posición que se ocupe en la sociedad. Posibilitando una economía del aprendizaje globalizada y, al mismo tiempo, la naturalización de las más variadas desigualdades. Desigualdades que se apoyan mutuamente, que se reproducen entre sí en un juego dialéctico alarmante. Dentro de esta red interconectada de desigualdades, el adultocentrismo es uno de los nodos que se están poniendo en discusión a distintas escalas.
¿Quién toma las decisiones en casa? ¿Cómo viven las infancias sus crianzas? ¿Cómo operan las instituciones sociales en todo esto? Son muchas las preguntas que giran en torno al adultocentrismo y a las formas de mapaternar. Para Santiago Morales, sociólogo e investigador de CONICET, el adultocentrismo es un sistema de dominio basado en el privilegio de los adultos en las tomas de decisiones al interior de la familia, y la subestimación de las infancias. Morales, cuenta en una nota a Página 12 que el adultocentrismo se expresa en las violencias adultistas. Frases cotidianas como “no seas inmaduro”, “sos muy infantil”, “eso es cosa de niñxs” son típicas expresiones de ello. En este sentido, el modelo ideal, el que tiene la edad suficiente y el “saber absoluto”, es el adulto. Las consecuencias de esto es la pérdida de voz de sujetos que tienen mucho para decir. Personas que tienen un cuerpo, sentimientos, contradicciones totalmente válidas. Pero que son relegadas a un segundo plano.

El panorama parece desalentador. El adultocentrismo se erige a sí mismo como impenetrable. Un yugo imbatible e inevitable. Pero cuando las incomodidades se sienten, las dudas aparecen. “La crianza que me dieron mis viejos me genera bastante contradicción. Hubo ciertas tareas de crianza que fueron delegadas a otras personas porque ellos estaban muy ocupados”, expresa Eugenia (25) desde su experiencia como hija. Les hijes vienen a desmantelar dispositivos de poder. A romper con “verdades” transitorias. A depurar heridas con palabras conciliadoras, deseantes de ser escuchadas. Eugenia reflexiona: “Hicieron lo mejor que pudieron, con las herramientas que tenían. Siempre hablamos un poco sobre la crianza que me dieron y entiendo que su experiencia criando tampoco debe haber sido tan fácil ”.
Dar la lucha desde el encuentro con ese otro. Desde la empatía y la comprensión: sin reclamos ni deudas pendientes. El desafío es lograr un diálogo que enriquezca el debate y el cuestionamiento de la crianza y las xaternidades, todo a favor de la deconstrucción de nuestros roles, tanto de hijes, como de mapapis. La idea no es construir un ideal, un manual o un dogma de cómo se cría. Si no de participar comprometida y constructivamente. De habitar y abordar crianzas positivas, respetadas y adaptables a la diversidad de contextos. Crianzas que no acarreen traumas negativos para hijes, madres y padres. Es acercarnos como humanos, desde la intención de reparar tantos años de maltratos y destratos, que no queremos que, ni nuestres hijes hereden, ni que les nueves mapapis ejerzan.
Necesidad de incomodar
Muchxs mapapis se están cuestionando las formas de crianza. Recuperar la voz de quienes protagonizan la maternidad y paternidad es clave para lograr una redefinición de la situación. “Siento una enorme responsabilidad y respeto hacia mis hijos, mucho disfrute y goce de ser su guía y cuidadora ”, cuenta Stefania desde su experiencia maternando, y agrega que “Tenemos que romper con la mirada adultocéntrica de las niñeces porque esa es la única manera de respetarlos como pares. Si no, los disminuimos en derechos”.
Paralelamente, los procesos de maternar y paternar no se desarrollan en igualdad de condiciones. “Aún hay una fuerte impronta de invisibilización de la maternidad y una visión de la paternidad sin compromiso, más que el económico”, señala Stefania. Sobre esta misma línea, es pertinente fomentar el cuestionamiento y reflexión por parte de los varones que paternan. La incomodidad es una herramienta valiosa para deconstruir sentidos arraigados en la matriz patriarcal. ¿Qué papel cumplo como padre? ¿Estoy criando o ayudando a criar? ¿Qué diferencias hay entre ser “buen padre” y ser ”buena madre”? Los criterios con que son definidos cada uno de estos roles son muy distintos y es necesario que se pongan en duda: generar la crisis de las subjetividades como puntapié para las nuevas formas de paternar. Marcos, padre de Lila y Brisa, dice “de a poco los varones vamos entendiendo que podemos tener un rol más nutricio, que no sea sólo el de proveedor, sino acercarnos a una paternidad más positiva”. Varon, hetero, cis, son categorías con sentidos que están en disputa hace relativamente poco. “Con mi viejo tengo una relación más de respeto. A mi mamá le cuento todo, pero con él no hablo cosas profundas. No es que tengamos una mala relación, solamente hablamos lo justo y necesario”, cuenta Lucas (25).
Muchos activistas, desde múltiples líneas de acción, tratan de visibilizar y fomentar el paternaje: proceso en el que el padre se involucra emocionalmente con sus hijes. Donde se asegura un espacio de mutua construcción afectiva a través del cariño; y en pos de un desarrollo saludable. Construcción basada en acompañar, en comunicar, en atender y sostener. Desde el compromiso, el respeto y el disfrute. Mapaternar implica una crisis y desafíos enormes pero también es una oportunidad de crecimiento personal y vincular.
La diversidad de realidades implica pensar en las diferentes maneras en que se viven todos estos procesos. ¿Qué pasa con xternidades no deseadas? ¿Con xaernidades trans? ¿Con xaternidades en soledad? Variables reales contenedoras de historias que estremecen, emocionan y acongojan. Preguntas que nos arrojan por fuera de lo “normal”. Que nos invitan a conocer un poco más allá. A correr el velo que oculta y opaca a los vencidos, todavía de pie.
Infancias: Sujetos plenos de derecho
Desde un lugar privilegiado por políticas ya conocidas, las estructuras sociales penetran en distintas expresiones y narrativas de las personas. Xadres preocupados por lograr cierto estándar de vida, cansadxs por las exigencias y obstaculizaciones para lograr un mínimo de satisfacción, son algunas de las consecuencias que advierte Rosario Magallanes, Licenciada en Psicología y trabajadora dentro de la Subsecretaría de Niñez, Adolescencia y Familia de Río Cuarto.
– ¿Cómo se expresan los conflictos emergentes en torno a las formas de criar?
– Rosario Magallanes: Considero que en términos generales, los conflictos y padecimientos de hoy en la crianza, se relacionan directamente con la lógica neoliberalista. Por un lado, las maternidades y paternidades se ven atravesadas por la precariedad laboral en sectores vulnerables, y por momentos, por la lógica de ambición productiva y acumulativa en sectores más acomodados. Esto impacta en la falta de tiempo y atención de calidad en los NNA (Niños, Niñas y Adolescentes)
– ¿Por qué se banaliza la mirada de las infancias?
– RM: El saber y el poder se encuentra concentrado en los sujetos adultos; colocando a los niños y niñas a lo largo de la historia en lugares minoritarios, vulnerables y no hegemónicos. Esto ha legitimado que muchos adultos consideran a los NNA objetos de propiedad y dominio, y no sujetos de derechos, con su propia voz y valor. Las opiniones, pensamientos y sentimientos de los niños deberían tener un lugar primordial en la dinámica familiar, con la misma importancia y escucha en jerarquía que las vivencias de los adultos.
– ¿Cómo ves la discusión actual en torno a la crianza?
-RM: Las formas de mirar las crianzas, se encuentran hoy en permanente revisión desde la puesta en marcha de marcos normativos. Estos responden a procesos de cambios de las sociedades mismas. Tenemos la Convención de las Naciones Unidas de los Derechos de los NNA en el año 1989 como hito de la humanidad, la promulgación de la Ley de Protección Integral de los derechos de NNA en el año 2005 en nuestro país. Son marcos generales que amparan y acompañan de manera macro a procesos micro, que ubican a los niños como sujetos titulares de derechos, y en el centro de la escena.

Yo niñx: En primera persona
Las primeras horas de sol otoñal entibian el patio de la casa de Violeta. El rocío de la noche anterior se evapora, las flores se estiran sobre sus propios tallos y los perros de la cuadra despiertan a los vecinos somnolientos. Una leve brisa acaricia las mejillas apenas frías. Violeta se sienta en la reposera, cruza una pierna por encima de la otra y sonríe. “Viste que no vas a salir en la tele”, le dice su mamá mientras camina hacia la cocina. De ojos claros, bien redondos; la tez blanca, traslúcida como la leche; el pelo lacio y rubio, del color de la miel; Violeta se hace un bollito sobre sus rodillas y suelta una pequeña carcajada. Todavía tímida.
-Vos hacé como si fueras de esas famosas que dicen cosas en la tele- Le digo
En estas circunstancias, construir el tan codiciado rapport se vuelve un desafío interesante: las reglas conocidas se guardan para otro momento, para ponernos a merced del juego.
Violeta es una niña de ocho años. Vive con su xadres (Lisandro y Sofía) y su hermano de 14. Va a tercer grado y la materia que más le gusta es arte. Todos los lunes y miércoles, después del colegio, va a clases de baile. “Hacemos córeos y esas cosas… ah y antes iba a teatro… pero me aburría…”, cuenta Violeta mientras pasa el peso de su cuerpo de una pierna a la otra. Todas sus amigas tienen la misma edad, entre 7 y 8 años. “La mayoría tenemos celular, pero no todas tienen WhatsApp”, se anticipa la niña que con un solo movimiento del brazo, transporta todo su pelo hacia el lado derecho . Cualquier estructura planificada resulta inútil en el intercambio lúdico. Justamente, no siempre la exagerada previsión resulta ser la cura a lo imprevisible (espectro muchas veces temido). “Dejarse sorprender es la cuestión”, pienso mientras tacho en el guión la categoría Celular. “No las dejan tener porque son muy chiquitas”, aclara Violeta.
En baile hay un grupo de “nenitas” y otro de chicas más grandes.
–Y vos, ¿estás en el primero? – Pregunto con tono curioso
Un silencio breve, pero suficiente, se filtra en el aire. Violeta baja la cabeza. Parece pesarle más de lo normal; asiente lenta y pausadamente.
–¿Cómo te llevas con tu papis? – pregunto manteniendo la performatividad del juego propuesto.
-“Bien…” susurra Violeta. Otro silencio llega con la brisa, ahora más cálida. Suele ser el periodista quien calla para encontrar respuestas. No toleramos el silencio, nos incomoda, no lo dejamos crecer, entonces. Acá es Violeta quien calla, sembrando el incomprendido silencio, que tiene mucho por decir en esta estridencia cotidiana. Me siento obligado a hablar:
–Yo a veces peleo un poco con mi mamá… – le digo con una sonrisa pícara.
–Yo también – confiesa Violeta, llevándose una mano a la boca. La risa se escapa entre sus dedos – Peleo más con mi mamá… porque ella me dice “ponete esto”… – Violeta estira su columna, separando su espalda de la reposera – y yo le digo “no me quiero poner eso, me quiero poner esto” – Señala con su brazo al aire y ríe.
Violeta viste una calza gris y una remera mangas largas del mismo color, con lunares rosa. Una cascada de cabellos amarillos cae uniformemente por sus hombros, y está decorada en lo más alto por una fina vincha con brillitos.
–No me gusta como se ven las cosas como de colores fuertes… las que parecen vómito de unicornio… porque no se… entonces me gusta usar negro y gris – aclara Violeta segura y contundente.
-A mí tampoco me gustan muchos los colores – Adhiero – Peleamos con nuestros papis, pero también la pasamos bien con ellos –
-Siii, con mi mamá cocinamos y caminamos juntas… y mi papá me lee un cuento todas las noches, antes de ir a dormir- El peso de sus ocho años vuelve a descansar sobre el respaldar.
El sol del mediodía se refracta en la cara de Violeta. Resalta sus ojos celestes, más celestes. Y su pelo dorado, más dorado. La niña suelta un bostezo con los brazos hacia arriba y los ojos bien apretados. Se estira hasta el punto máximo que le permite su cuerpo y aprovecha a quedarse unos segundos en esa contorsión. Finalmente exhala todo el aire acumulado con su bocanada. Sus brazos caen al costado de la reposera y sus párpados suben y bajan lentamente, sin perturbar la sonrisa. Violeta hace un leve esfuerzo para mantener los ojos abiertos.
–Bueno, creo que ya terminamos… – digo mientras guardo el anotador en la mochila – ¿Te gustó este juego? – La miro directamente a los ojos.
El letargo se expande en su mirada. Violeta mueve la cabeza como un péndulo mientras el aroma a comida que llega desde la cocina conquista cada vez más territorio. “Momento justo”, pienso mientras me levanto de la silla.
-Gracias Violeta, me divertí mucho- le digo con una sutil reverencia.
La niña sonríe… dejando ver todos sus dientes perlados.
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“Me preguntaron qué voy a ser cuando sea grande… yo pensé que iba a seguir siendo yo… pero por lo visto se viene algún tipo de metamorfosis”. Piensa Enriqueta dentro de su viñeta. Movilizada por esa pregunta escurridiza, llegada desde otro mundo. Un mundo con habitantes que aparentemente olvidaron cómo se juega. Esa “feliz labor vital que dejamos”*, no sé dónde ni cuándo, juntando polvo en algún rincón escondido: Invisible, pero no desaparecida.
Cuestionar el adultocentrismo desde las prácticas es volver a jugar, a llorar, a tener miedos, a querer un abrazo. “¿Qué querés ser cuando seas grande?”, es un salto en el tiempo, la instalación de una duda madurada desde afuera. Extendida a una persona susceptible a un mundo externo, que obliga a definirnos cada vez más rápido. Les hijes no vienen a reparar o completar procesos ajenos. No son los herederos de realidades inconclusas. La infancia es infancia hoy, no mañana.
“Lo tenemos para darle un hermanito”, “pensamos que teniendo un hijo, íbamos a enamorarnos de nuevo”, “mi hijx no es mío, es de la humanidad”. Tranquilamente éstas podrían ser frases de una novela ficcional de drama. Pero no… Lxs hijes pasan a ser canalizadores de conflictos adultos. Espacios vacíos donde depositar frustraciones, deseos, proyectos. ¿Vine al mundo por eso? ¿Para resolver mambos de mis viejxs? ¿Soy una especie de checkpoint desde donde continuar una historia que no es mía?
* Acepto el desafío de sonar pretencioso al citar este fragmento del poema “El Juego” de Diego Formia, quien se encargó de llenar mi infancia con luces y colores. ¿Es suficiente la justificación?