El Tunga tunga que nos pone a bailar fue parido por una mujer, que como muchas otras, fue borrada de la historia. ¿Quién era Leonor? ¿los bailes eran espacio para las mujeres? ¿Qué temones tenemos en nuestras listas de Spotify y porque ellas no están ahí? “Chispa, tonada, piano, bajo y acordeón. Así tocaba Leonor, ritmo de cuartetazo”.
Cuando estaba en el secundario, unx docente de música nos explicó que la primer banda de cuarteto se llamaba “Cuarteto Leo” (uno de los pocos recuerdos que tengo de las clases de música). A mis jóvenes 15 años ni siquiera se me hubiera cruzado por la cabeza, la posibilidad de que “Leo” sea más que el nombre de un importante señor de la música. Lo loco de todo esto es que a mis 25, y con un Spotify plagado de cordobeses tocando el tunga tunga, seguía sin asomarse otra opción.
El cuarteto se me había vuelto una cuestión identitaria. Identidad construida sobre algún Leonardo o Leonel. Leer por ahí que “Cuarteto Leo” es lo mismo que decir “Cuarteto LA Leo” me hizo sentir una incomodidad similar a la de darte cuenta de que siempre cantaste mal una canción, pero más adentro: ¿Cómo que Leo era una mujer?
La mujer del piano saltarín
Con el ceño fruncido de confusión hice lo que cualquier millenial de bien hubiera hecho, “guglear”. Introduje en el buscador “Cuarteto Leo” y me tiré de cabeza al primer link. Wikipedia, obviamente. Lo primero que leí fue “Nacida en Santa Fe –más confusión– el 24 de Octubre de 1921″. Saqué la cuenta con los dedos… 100 años.
Resulta que La Leo a sus 9 años de edad, tras la muerte de su madre, vino a vivir a Córdoba junto a su padre, Augusto Marzano. Un músico y trabajador ferroviario.
Desde chiquita, la Leo sintió que la música era lo suyo, así que a los 10 inició sus estudios en el Conservatorio del Carril (Córdoba). Un año después, una tarde como cualquier otra, Augusto Marzano llega a su casa y ella le muestra un ritmo que había sacado en el piano. Imitando los tonos del contrabajo de su padre crea el Tunga-Tunga. Luego de agregarle el acordeón surge el ritmo que hoy nos hace mover la cadera y nos da un poquito de sed.
A finales de la década del 30 y principios del 40 Augusto Marzano agarra su contrabajo y se va de la banda Los Bohemios para crear el Cuarteto Característico Leo. Participaban, además de él, su hija Leonor en piano, Miguel Gelfo en acordeón y José María Salvador Saracho en violín. Dicen que Augusto eligió el nombre del conjunto porque “la Leo” le iba a dar suerte.

No era ningún ángel de hogar, era una obrera musical
Eran las 23 hs. del 4 de junio de 1943. Los micrófonos de LV3 se disponían a captar un sonido completamente nuevo. Un piano, un contrabajo, un acordeón y un violín hicieron su ingreso a los estudios y comenzaron a sonar coordinadamente. Del otro lado de la radio, en alguna casita de Córdoba había un oyente desprevenido que sin saberlo sería testigo de un momento trascendental para la cultura cordobesa. O tal vez no.
El antropólogo Gustavo Blázquez, en su libro “¡Báilalo! Género, raza y erotismo en el Cuarteto Cordobés” pone en dudas este suceso. Él nos cuenta que ese mismo día, un grupo de nacionalistas y ultracatólicos acabaron con el gobierno democrático de Ramón Castillo, se declaró “Ley Marcial” y según los periódicos, en Buenos Aires se suspendieron los partidos de fútbol. En Córdoba se cancelaron las clases de las escuelas nocturnas y se cerraron los bares. En ese clima, tal vez, la presentación de La Leo nunca sucedió. Este hecho es imposible de demostrar o refutar ya que no existe documentación o registro que nos permita inclinarnos con certeza hacia ninguna de las dos opciones.
Independientemente de esta primera actuación, lo que sí sabemos es que el Cuarteto Leo revolucionaría los bailes de la pampa gringa. Un mes y pico después, el 7 de julio, debutan en Las Pichanas, una pequeña localidad cordobesa ubicada en el departamento de San Justo. Un patio de tierra recién regado, el aroma a peperina y un ramo de flores frescas recibieron a La Leo y su piano saltarín.

En el documental “No te mueras nunca” una mujer canosa y de avanzada edad dice haber sido testigo de esa primera presentación del cuarteto. Recuerda que Leonor tenía un traje clarito, compuesto por saco y pollera, además de una blusa roja con volados en los puños que se desplegaban con el movimiento de sus manos octavadas al ritmo del Tun y del Ga. Criollos e inmigrantes se acercaron al piano. Esa mezcla justa entre tarantela (italiana) y pasodoble (español) desdibujó por un momento las penurias y el hambre de los bailarines. Les trajo un pedacito de su tierra natal y mimó con sus dedos las heridas producidas por una guerra que se sucedía al otro lado del charco, en la Europa lejana.
Esos patios sin luz, y los escenarios improvisados llevaron a La Leo a ser conocida por la fuerza con la que tocaba las teclas del piano vertical. Obligada por la falta de amplificación, su entrega a la música le costó con el tiempo las uñas de sus dedos meñiques. Desde entonces no hubo fin de semana que no tocaran. El Cuarteto Leo logró la mejor performance en el mercado de la animación de fiestas rurales en el interior provincial. En 1953 editaron su primer disco impulsando así la creación de un nuevo mercado, que para la década del 60 vio nacer a muchos otros conjuntos tocando el tunga tunga.

Sin cuarteto no hay revolución
“Durante el proceso dictatorial sucedido en Argentina en el periodo entre 1976 y 1983 se desmantelaron parcialmente los circuitos de (re)producción donde se movían los Cuartetos Característicos” explica Gustavo Blázquez. Es en ese contexto que nace Chébere, banda que viene a proponer un cambio estilístico en sus composiciones acercándose un poco más a los conjuntos tropicales. A los milicos lo que no les gustaba era el acordeón, eso era de negros. Chébere y figuras como El Negro Videla eliminaron este instrumento de sus sonoridades zafando así de la censura.
El baile, se convirtió en sinónimo de “mala vida” que debía ser vigilado y castigado por las fuerzas moralizantes del llamado “Proceso de Reorganización Nacional”. En ese preciso momento, ir al baile se transformó en una forma de resistencia.
En paralelo el surgimiento de la TV impulsa a un cambio también visual. El centro de atención ya no estaba en los bailarines sino en el número artístico que se encontraba sobre el escenario. Innovaciones tecnológicas en materia de iluminación introdujeron juegos de luces que dejaron a oscuras la pista de baile y obligaron a los músicos a pensar en clave visual otorgándole un rol importante a los vestuarios y peinados.
Blázquez afirma: “En ese proceso, el escenario se transformó en un espacio exclusivamente masculino dónde los artistas funcionaban como productores de sonoridades y como objetos de deseo erótico para las mujeres jóvenes que concurrirán al baile, no tanto para danzar con los varones, como para disfrutar y consumir con su deseante mirada a los artistas que pasaron a ser considerados bellos y jóvenes”. En este momento cambia la composición de los públicos en los bailes. Dejan de ser espacios familiares para convertirse en un mercado de deseo erótico dónde las mujeres se encontraban abajo, entre el público y ya no sobre el escenario. Esto se vio acelerado por la persecución policial y la determinación de las edades mínimas para el ingreso a los bailes.
Blázquez detecta dos procesos que produjeron la “desfamiliarización” del baile. Por un lado, se encontraba la reducción de la capacidad adquisitiva de los sectores populares que le impedía a las familias asistir todos. Y por otro lado, la aparición del fútbol en tanto espectáculo que atrajo la atención de los varones de la familia. Así los hijos se fueron al baile, los maridos a las canchas y las mujeres se quedaron en sus casas solas o acompañadas por otras mujeres.
La represión sobre los bailes y la crisis económica que se dio en la época de la dictadura llevó a la quiebra a muchas orquestas generando también la pérdida de puestos de trabajo. Entonces, si para los varones posicionarse como artistas se convirtió en un desafío casi inalcanzable, para las mujeres se transformó directamente en una vía muerta. Pues bien sabemos que en épocas de crisis, las que nos vemos obligadas a abandonar nuestros sueños para parar la olla somos nosotras.

¿Y ellas dónde están?
Años antes, surgieron algunos grupos que tenían mujeres ocupando roles protagonistas en su formación. Las Chichi, Las Peponas, Tres Almas son algunos ejemplos. Pero por razones que explicamos más arriba, no perduraron en el tiempo.
En esta época (y aún hoy) había una fuerte presión social sobre las mujeres. Aquellas que se dedicaban a la música eran juzgadas socialmente como mujeres de dudosa calidad artística y dudosa moralidad sexual. Estamos paradxs en un momento histórico donde el discurso dominante sostenía que el cuerpo de las mujeres no es compatible con el mundo del trabajo. Sus cuerpos estaban “naturalmente” destinados a procrear y maternar. Imaginen lo lejos que estaban de poder darse el lujo “abandonar” sus hogares (y por lo tanto a sus hijes) para dedicarse a nada más y nada menos que a “la joda”. Entregarse a qué sus cuerpos fueran exhibidos sobre un escenario para ser deseado por el público masculino representaba una inmoralidad más que condenable. Sin ir más lejos, en la tapa del primer disco de Las Chichi (año 1975) se puede observar a tres cuerpos de espaldas, en bikini, sin mostrar la cabeza, siendo observado a través de lo que parece ser unos binoculares.
Si La Leo llegó a ser aceptada socialmente en la década del 40 y 50 era porque su carrera fue habilitada por su relación de parentesco con dos varones. Primero, era hija de Augusto Marzano, un músico ya reconocido que la habilitó incluso a poder estudiar. Luego se casó con Miguel Gelfo, acordeonista del Cuarteto Leo con quién tendría 2 hijos. Estos vínculos la dejaba “exenta” del deseo erótico de los bailarines y por lo tanto del juicio moral sobre su sexualidad.

La Leo no fue, al menos en principio, juzgada bajo criterios estéticos como sí lo fueron Las Chichi y demás mujeres que incursionaron en el mundo de los cuartetos hasta el día de hoy. Este criterio estético al que solo estamos sometidas las mujeres se encuentra siempre por encima de nuestros talentos y capacidades. No podemos decir que La Mona Jiménez o el Negro Videla sean personas que ostenten de su belleza. Para ellos con su carisma alcanza, sin negar su talento y capacidad para movilizar al pueblo cuartetero.
Hoy tenemos algunas mujeres resistiendo en esta industria que sigue siendo machista. La Lore Jiménez, “La Gata” Noelia, Magui Olave, Luz Paisio y Viví Pozzebón ocupan los escenarios de los bailes. Pero ¿Cuánto sabemos de ellas? ¿Qué lugar ocupan al interior de nuestras listas de Spotify cuarteteras? Si bien la industria y el patriarcado pone todas sus herramientas a disposición para que los protagonistas sean los varones, cuestionarnos nuestros consumos también puede ser una forma de resistir a esos mandatos que nos dejan afuera a mujeres y diversidades. Ese clic al que nos empuja el feminismo de cuestionarnos todo, también podemos (y porque no, debemos) trasladarlo a todo aquello que escuchamos, vemos y leemos. ¿Cuánto de eso está producido por mujeres y disidencias?
Así Tocaba Leonor
Para Pícara el cuarteto es una cuestión identitaria. Nos sentamos frente a un teclado a escribir lo que nos incomoda en una especie de catarsis que generalmente tiene como banda sonora algún tunga tunga y el tintinear de un par de hielos que nadan en un vaso de Fernet. Somos mujeres de la tierra del Cordobazo y de Rodrigo Bueno. Escribimos desde el interior de nuestra provincia para sanar desde nuestro territorio que nos marca a fuego lo que somos y lo que nos cuestionamos.
Pero aparte de eso no nos gusta cuestionarnos en soledad, somos bichos de lo colectivo, de pensar con otres. Así fue como surge la actividad: “Así tocaba Leonor”. A 100 años de su nacimiento queremos juntarnos a brindar por ella y agradecerle por crear este patrimonio cultural que tan felices nos hace. Tenemos hoy la posibilidad de romper un poco (UN POCO) con las barreras de distanciamiento social al que nos empujo la cuarentena y encontrarnos para cuestionarnos todo. Así que sumate a la picardía de bailar un cuartetazo con nosotras este 24 de octubre en la Herradura del Andino. Te esperamos a partir de las 17:30 para ver juntes el documental “Madre Baile” que nos habla sobre la historia de Leonor y el rol de las mujeres en el cuarteto cordobés. Vamos a contar con la presencia de Carolina Rojo, directora del documental que viaja desde Córdoba especialmente para sumarse a este Bailongo. Pero la cuestión no termina acá. Ustedes saben que nos encanta menear las caderas así que le pegamos un tubazo a Rita Beat que nos va a venir a ayudar a cerrar esta actividad con unos buenos temaikenes. Entre feria, birrita y food truck esperamos verles ahí.
Organizan:
-Pícara Comunicación.
-Ojo de Barro.
-Cooperativa Al Toque.
-Fundación por la Cultura, Rio Cuarto.
-Subsecretaría de Cultura de la Municipalidad de Río Cuarto.
*PD: Quiero creer que se quedaron manijas, así que para matar la ansiedad acá les dejamos una playlist bien cuartetera que, a mi humilde parecer, funciona como un misil apuntando a todo lo que se encuentra de la cadera para abajo. Les deseo que no les cause tanta sed y salu’.